Las drogas y las FARC

La ilegalidad de las drogas llena de armas y recursos
a los criminales más letales del planeta.

Fernando Londoño tiene razón: el proceso de paz con las FARC no tiene ningún sentido.

Hasta que no se despenalicen las drogas, pretender que es posible acabar el conflicto —o negociar la paz— es una distracción sin caso

El narcotráfico es una industria mundial que mueve bastante más dinero que el admitido por el Ministro de Defensa.

Si las Farc recibieran solamente $6 billones por narcotráfico, no sería imposible comprarles el negocio; bastaría con usar los $2 billones que se invierten en estrategia antidrogas y el resto podría cubrirse con bonos y subastas forzosas del Banco de la República.

Lo que pasa es que el problema es muy diferente.

La ilegalidad de las drogas ha hecho del narcotráfico un negocio trillonario que nutre copiosamente las arcas de los hombres más sanguinarios del mundo.

¿En qué se fundamenta esa ilegalidad? En el deseo de controlar y acosar con el que nacen algunas personas que, no sabiendo qué hacer con su vida, se dedican a interferir en la de los demás y a gobernar en estos días.

Ludwig von Mises escribió en su libro Acción Humana: “una vez que se ha admitido el principio de que es deber del gobierno proteger al individuo de supropia estupidez, no se pueden exponer objeciones serias contra mayores intrusiones”.

La ilegalidad de las drogas únicamente se mantiene por la idea de que es deber del Estado proteger a las personas del uso de ciertas sustancias, lo que no es otra cosa que pretender proteger al individuo de su propia estupidez.

Esta falaz premisa nos ha pasado su cuenta de cobro.

Las consecuencias de la ilegalidad de las drogas incluyen las fumigaciones con glifosato, la destrucción de los parques naturales, la corrupción que impera en las instituciones colombianas, la desmoralización que invade a los que no son corruptos y, lo dicho por Londoño, que los miembros de las Farc sean hoy “los ejecutivos del más rico grupo empresarial de Colombia”.  

$6 billones anuales es mucho más de lo que ganan las grandes empresas colombianas juntas.

¿Estos resultados eran los esperados?

¿Alguien se ha puesto a pensar en qué es lo que realmente hemos conseguido con la idea de que los que fuman marihuana son malos?

¿Ha valido la pena el sacrificio?

¿Lo vale?

Es un inmenso sacrificio al que nos seguimos sometiendo: todavía ponemos muertos, campos minados y toneladas de dinero en los bolsillos de Iván Márquez y Timochenko. 

¿Por qué seguimos haciéndolo? ¿Estamos locos o qué?

Lo hacemos porque nos creemos con derecho de decidir cómo deben vivir la vida los demás, y somos tan arrogantes que pedimos cárcel para los agresores que nos agreden al incumplir nuestros deseos.

¿Acaso estos deseos son tan legítimos como para ser ley?

Hay que tener mucho cuidado a la hora de juzgar este asunto porque no todo lo que nos parece malo es un crimen.

A mi me parece muy malo que los niños se vayan a dormir sin lavarse los dientes y que los hombres le sean infieles a sus esposas, pero no me atrevería a pedir cárcel para ellos.

Puede parecernos atroz, inmoral o simplemente inaceptable que alguien haya probado el LSD por ejemplo, pero consumir ácido (LSD) no es un crimen.

Tampoco es cierto que todos lo vean como algo inmoral. De hecho, algunos piensan que es un regalo de la vida y una oportunidad de conocimiento maravillosa.

Albert Hofmann, el gran químico y humanista que descubrió el LSD, dijo en 1993, en un día de celebración: “Ustedes mis queridos amigos y los millones que ahora conmemoran por todo el mundo el cumpleaños 50 del hijo del ergot[1], testificamos agradecidos por la valiosa ayuda recibida en lo que Aldous Huxley describió como el fin y el propósito último de la vida humana —ilustración, visión beatífica, amor—. Pienso que todos estos alegres testimonios sobre la ayuda invaluable del LSD deberían ser suficientes para convencer finalmente a las autoridades en salud, del sinsentido de la prohibición del LSD y otros psicodélicos similares”.

No vale la pena seguir satanizando los alegres testimonios de los que habla Hofmann solamente porque no somos capaces de tolerar y respetar a los demás.

Esa intolerancia ha llenado de sangre y odio nuestras tierras y de oro a algunos miembros de las Farc. También ha catapultado la rentabilidad del narcotráfico.

Si realmente queremos tener paz, más que perder el tiempo con taquilleros procesos de negociación, hay que presionar para que se despenalicen las drogas.  

Acabar con el Godzilla de los huevos de oro es la única alternativa.


[1] Hofmann sintetizó el LSD-25 a partir de la ergolina o ergotamina, un compuesto presente en el cornezuelo del centeno (ergot).

 

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